viernes, 7 de junio de 2013

Retrato de un comediante literario


“Tres, dos, uno. Estamos en vivo”, se escuchó por el altoparlante.

Rubén Levenberg, un comediante literario.

Para retratar a un personaje tan complejo como Rubén hace falta lucidez, una  buena cantidad de adjetivos y antónimos y hacer uso de una variedad de recursos intelectuales que estén al alcance. Se requiere coraje para animarse al sarcasmo jovial y distraído que caracteriza  a sus escritos, al menos si uno quiere con este retrato hacer honor a la calidad de sus obras.
Hijo de un meteorólogo taciturno, ya de pequeño gustaba de los libros y de las librerías. Con los años se inclinó hacia las letras y como era de esperarse terminó sus estudios universitarios como periodista y así comenzó su carrera laboral.

De personalidad profunda y reservada, sus producciones demuestran que bajo esa apariencia seria y contraída, se da lugar a un sinnúmero de facetas diferentes, a veces encontradas o antagónicas. Gusta de su soledad, y se caracteriza por ser metódico, exacto, medido pero también tornasoladamente sarcástico, llenando sus obras de pequeñas ironías y aspectos graciosos, que le sacan al lector más de una sonrisa.
De corte amplio y andar seguro,  cara intelectual y tranquila. Quizás con el tiempo fue perdiendo su espalda excesivamente recta, pero los años lo tratan con generosidad y sigue siendo una persona interesante. La vida y sus pormenores fueron doblegando sus estructuras, pero permanecen en él la fortaleza del cuerpo y del alma, y dejaron intacto su aspecto intelectual y atractivo.

De todo, lo que más lo destaca y representa, son su voz y su mirada. Ojos de altísima profundidad dan nota de una mirada perspicaz y ácida de su entorno. Si se lo observa detenidamente, se ve en sus ojos la existencia de palabras no dichas, impaciencia dominada, de visual inteligente.  Aparenta ser alguien muy serio, ceñudo sin fruncir el ceño.  Es solo la percepción o la imagen que el gusta mostrar de sí mismo para lograr distancia y profesionalidad.

 Cuando el pensamiento se vuelca a su voz grave, las palabras son medidas, masticadas, bien pensadas, desde opiniones bien formadas, pero con un dejo gracioso que modera de alguna manera la hondura de lo dicho. Así, se le hace fácil decir las cosas más chocantes  envueltas en un sutil humor que permite abordar los temas más difíciles con  su ya conocido segundo sentido literario, sin atacar al lector u oyente.

Uno podría decir que posee una risa fácil y contagiosa, pero en realidad no se ríe con facilidad, es solo que es uno el que se ríe cuando habla con él. Su hablar pausado, algún que otro segundo de espera en las respuestas que da lugar al pensamiento y la sonrisa y una cara impasible que no adelanta lo que va a decir, son sus armas más poderosas.
Es así que con su gracia y estilo sus recientes presentaciones televisivas y su libro tienen una gran aceptación en jóvenes y no tan jóvenes y su futuro es muy prometedor.