viernes, 17 de mayo de 2013

Frutos rojos


   Detrás de sus párpados cerrados, oyó el ruido de la ducha esa mañana, y así supo que él había llegado. No era que lo estuviera esperando, ni que tuviera alguna razón o necesidad de verlo. Hace tiempo que ya no esperaba nada en realidad. Por otro lado las ausencias se habían hecho cada vez más frecuentes y ya se había acostumbrado. Y se sabe que no hay nada más convincente que la costumbre.
   Se encontraron más tarde en la barra blanca de la cocina con un café lavado en medio, y prácticamente no se dirigieron palabra. Algún que otro sonido de vajilla mientras lavaban cada uno su taza. Solo eso.
   Juntó sus cosas, chequeó lo básico en su cartera y se dispuso a salir. En la puerta lamentó no haberse mirado al espejo aunque sea fugazmente. Eligió gorra y bufanda negras que colgaban al lado de la puerta y se fue.
   Había quedado con una amiga en asistir a una jornada de uvas y vinos más que nada porque quedaba cerca de su casa.
   Al llegar respondió cortés a los saludos que le brindaban aquí y allá. No era una persona muy comunicativa, es más, podría decirse que era la persona más retraída en aquel salón en donde todos hablaban bulliciosamente.  Aunque no conocía a nadie, se sintió observada. Y justo en el momento en que se disponía a examinar aquella sensación, una cara conocida se acercó a rescatarla del momento incómodo. Era su amiga que no podía dejar de repetir lo feliz que se sentía por haber aceptado venir.
   Comenzaron las introducciones correspondientes, donde los organizadores se deleitaron exponiendo cada uno su experiencia  vitivinícola, para darle un marco de seriedad al encuentro. Así supo saber que el señor que la había estado observando era un invitado especial, se llamaba Joaquin con sus respectivos dos apellidos de alcurnia, gente de vides, que venía desde España a conocer al Sommelier que presidiría la convención.
   Él se presentó ante el público con su voz profunda y perfectamente modulada mientras ella lo miraba con interés. Para su sorpresa, justo antes de terminar su autopresentación y un segundo antes de que comiencen los aplausos, él se giró perceptiblemente para mirarla a ella a los ojos y dedicarle sus últimas palabras. Ella sostuvo la mirada por el tiempo que pudo, quizás fueron dos segundos, pero alcanzó para movilizar hasta el último de sus poros.
   Copa en mano y luego de algunos canapés los invitaron a tomar asiento para dar comienzo a la Cata. Ella eligió un asiento al final del salón esperando que su amiga se le uniera. Pero aquella estaba entretenida por esos momentos conversando con gente con la que hacía negocios hace años.
   Don Joaquín -que para esa altura ya parecía sentirse como en su casa- se le apareció al lado como con algún truco de magia y le preguntó amable si podía compartir su mesa. Ella balbuceó una especie de “sí, cómo no”, tratando de esbozar una sonrisa.
   El Sommelier al frente comenzó la charla e hizo servir 6 copas de vino a los participantes. Ella empezó a preguntarse qué diablos hacía allí, pero por otro lado tenía cierta curiosidad por este hombre que, sentado a su lado, emanaba una mezcla de energía y confianza.
   El primero de los vinos era color dorado intenso. -“En nariz, frutado, con aroma a ananás y cierto dejo de miel. No?” le dijo él a los ojos con una  mirada de complicidad. Quedó perpleja, y solo se atrevió a asentir con un movimiento de cabeza, no estando del todo segura de si se estaba refiriendo al vino o a qué. “En apariencia simple y suave, pero en el fondo tiene unas notas elocuentes, para el que las sabe pillar.”
   Cuando tocó probarlo, en la boca el Chardonnay tenía un dulzor en armonía con las frutas que anticipara su fragancia. “Frutas tropicales, que son siempre apasionadas y a la vez sensibles”, le escuchó decir esta vez parecía hablar solo, pero ella sentía que se estaban comunicando. De una manera del todo extraña para ella, pero aquello era una conversación, significativa y profunda.
   El segundo vino era un Torrontés de los más típicos: floral con un toque de jazmines, aromas azucarados y sorprendente en la lengua. Por lo bajo es que seguía oyendo a su compañero: “Mm, intenso, brillante, me sabe a una tarde de poltronas en la galería.” Ella comenzó a viajar en cada expresión y a descubrir sentidos que ni ella sabía que tenía.
   El sabor del tercer vino era herbáceo, “de naturaleza sin estructuras, sin límites”. Así lo dijo el, y ella coincidió completamente.
   Aquél era “expresivo, el otro “impetuoso e impulsivo”,  aquel "untuoso" y alguno revelaba unas lágrimas tan densas que bajaban con increíble lentitud por los lados de la copa. “La profundidad del alma de este vino, destaca su sensibilidad”.

   Y así, los violáceos Cabernet, los rojos rubí del Malbec, los traslúcidos Pinot Noir llenaban sus ojos, los perfumes y las “notas” inundaban su olfato, y los sabores resaltaban emociones pero eran las frases compartidas las que completaban el hechizo. Colores y matices que eran del todo desconocidos para ella, y que poco a poco él fue poniendo en palabras. Para ella.

   -“Este ofrece frutos rojos, algo tímido, con una influencia del trópico, y aquel una impronta marítima, una emoción de madera por haber pasado por una noble barrica”, proseguía él. “es como hablar de descubrimientos y de conquistas”, pensó ella.
   -“ Y este se nota que está viejo, ajerezado, oxidado, perdido, con el alma dolida y los bordes quejosos, lo ves?”, continuaba el.
     -“¿Y este otro cómo lo sientes? A mí me sabe redondo, no tiene aristas, de aroma suave pero de personalidad fuerte, y de un largo final en la boca…”, a lo cual ella solo atinó a mirarlo a los ojos.
   Intercambiaron más que vinos y comentarios. Hubo también respiraciones y roces compartidos.  Al terminar la jornada una invitación, un interés, una intención precisa en el aire se hizo presente en el momento de pasarse los datos personales y se fortaleció con un beso audaz, pero delicado y consentido.
   Ella luego se alejó y se fue, directo a su casa, con el cuerpo y el alma en frutos rojos y aromas efervescentes, con la esperanza de rememorar los detalles en soledad durante un rato.  Pero al llegar la luz del rellano le anunció que no estaría sola esa noche.
   Se cruzaron en la sala de estar, a pesar de su evasiva. El intercambio fue breve, pero para ella este fue el primer diálogo real en años.
   -“Llegaste”, le dijo él.
   -“Con el alma dolida y los bordes quejosos”, respondió ella.
   -“Qué?”
   -“Nada. La escasa profundidad de tu alma no admite sensibilidades, ni la “densidad de las lágrimas”, ni las “notas,” ni los “matices.”
   -“Estás diciendo tonterías”
   -“Si, quizás a pesar de todo yo tenga la naturaleza del Sauvignon, “herbáceo sin límites ni estructuras”. O quizás tenga la “timidez del Pinot”. O quizás también “los violáceos” o “los rojos rubí” o “la influencia marítima”, o “la pasión  del trópico…”
   -“Me estás preocupando”
   -“No será posible, sería muy extraño que te preocuparas. No es de tu madera. De hecho estoy segura de que no pasó por barrica tu alma.”
   -“¡¿No entiendo qué decis, estás bien?!”
   -“Nunca estuve mejor, como un Bonarda, con la “personalidad fuerte y un largo sabor en la boca”.
   Y diciendo esto se fue, cerrando suavemente la puerta por última vez.