miércoles, 18 de julio de 2012

Te invito a creer en cinco cosas imposibles antes del desayuno


8 años tenía y recorría una y otra vez en su mente las palabras que le diría a su padre cuando lo viera. Había planeado ese momento con lujo de detalles. Y seleccionado cada palabra que diría para no ofenderlo.

Desde que sus padres se habían separado hacía 3 años se había vuelto bastante retraída. En la escuela era víctima de todo tipo de bromas y no se entendía con ninguno de los chicos en general. Sin embargo, lo que más le preocupaba era su padre, que había vuelto a Buenos Aires mientras que ella con su hermano y su mamá se habían ido a vivir a Mar del Plata.

Llenaba su tiempo y sus vacíos con actividades extra programáticas, diversas variedades de danza, natación y gimnasias. Pasaba mucho tiempo en su jardín con sus plantas. Y mucho tiempo planeando aquel encuentro.

Tan pronto como viajaron la siguiente vez a Buenos Aires y tuvo oportunidad le dijo: Papá, podríamos ir solos a tomar un té a alguna cafetería?

El padre se sorprendió, pero aceptó sin saber de qué se trataba.

Una vez sentados frente a frente, la niña respiró profundamente, juntó todo su valor, lo encaró y le dijo: “Papá, yo sé que vos me querés. Aunque nunca me lo hayas dicho, ni vengas a verme y estés ausente cuando vengo a verte yo. Creo que es tu forma de ser, y quiero que sepas que yo te quiero también. Y que no necesito que cambies. Con lo que yo te quiero alcanza para los dos.”

El padre se emocionó mucho, supo decir que también la quería, con breves e incomprensibles palabras, pero a su modo supo hacerse entender. Y en los años sucesivos, no hubo ninguna vez que no haya invitado a la niña a tomar el te ellos solos, con la esperanza de volver a tener esa conexión profunda una vez más.

Ese día el aprendería de alguien de 8 años, y la niña aprendería a enfrentar cualquier situación por difícil que pareciera. Ya nada sería imposible.

Con todo el futuro por delante y una extraña percepción real de la velocidad con la que pasaba el tiempo, decidió escribir la primera de sus muchas listas. Escribió en un papel todas las cosas que quería hacer en la vida. Le llevó bastantes días porque nuevas ideas no dejaban de aparecer con el correr del tiempo. Desde viajar a determinados lugares de postal hasta aprender a patinar sobre hielo hacia atrás… Y luego razonó que no podría hacerlas todas juntas, ni en forma independiente de la edad. No podría aprender a patinar cuando tuviera 70 años. De manera que las ordenó no por orden de importancia, sino por la juventud que requerían. Así es como las acrobacias en viga y anillas ocupaban el primer lugar, escribir un libro así como por el medio y las artesanías y las rositas de azúcar impalpable el último lugar, en una lista de unos 60 ítems que luego se transformarían en casi 100 con los años.

Con la misma tranquilidad razonó que habría que hacer lo que a uno le gusta la mayor parte del día. Y entonces que sería grandioso que le gustara estudiar, puesto que eso era lo que estaría haciendo la siguiente década, hasta terminar la facultad. Qué desperdicio sería hacer lo que a uno no le gusta durante tantas horas! Y como se lo propuso realmente, estudiar es una de las cosas que más le gusta hacer desde entonces.

Pero... quién ataja semejante criatura?
Pasó el tiempo. Hoy ya no es más una pequeña (o tal vez si). Pero igual de adulta que a los 8. Y hoy sabe que nada es imposible, como en aquel entonces. Vive tratando de aprovechar cada segundo de su vida, siempre hacia adelante.
Heredó de su madre a ponerle garra a lo que se propusiera, lo importante era hacerlo bien y ser honesta consigo misma siempre. Cultivó de su padre su pasión por formar su propia opinión sobre las cosas y el altísimo concepto de la libertad. De su abuela heredó la formación de hogar cariñoso que le brindó luego a sus hijos. De la ciudad donde creció sacó el amor por el mar y de sus ancestros la pasión por el campo. De muchos autores pudo ponerle palabras a su creatividad.

Hoy está acostumbrada a enfrentar las cosas sola y es madre de todo el que se le acerque. Sigue teniendo tendencia a ordenar las ideas, no solo las propias, y siempre tiene un consejo de valentía para dar, ya que le resulta difícil justificar la cobardía o la duda. La franqueza la ha metido en más de un problema y la confunden los discursos dobles o melodramáticos.
Tiene una lista para cada cosa y una relación de amor-odio con su agenda de actividades por demás extensa, que nunca completará, hasta que haya hecho hasta la última de las rositas de azúcar impalpable que imaginó a los 8.