domingo, 27 de abril de 2014

De Valkirias



Terminaba la noche y despuntaba el alba. Las valkirias regresaban al norte justo antes de que la aurora boreal pintara de colores el firmamento. Greiða, o "Salvación" como la llamaban los mortales, se apuró en una última vuelta por la explanada. El viento ondeaba las gazas de su vestido apareándolas con la cola de su caballo alado. Era una leyenda en los pueblos humanos, pero en su hogar era tan solo una más del conjunto. O al menos ella así lo sentía.

Hogar era para ella un recinto construido con hojas blancas del viejo tré. Nadie sabía los siglos que tenía el árbol, pero era seguro que Odín lo había puesto allí entre otras cosas para hacer ladrillos del papel maché y con eso construir las pequeñas y cálidas casas redondas.

Atravesó la puerta de madera curva y observó cómo la luz inundaba el ambiente desde todas las ventanas. Todo era  blanco, a excepción de su corset que era dorado y rojo como la sangre. Desprendió las presillas y se lo quitó haciendo que en el lugar revolotearan miles de  pequeños arco iris de colores. Lo depositó cuidadosamente al lado de la lanza y el recinto volvió a la calma de luz clara.

Quedó pensativa mirando la lanza en el rellano. Desde ese día todo le recordaba a él, esa batalla había cambiado su vida de alguna manera, y probablemente también la de él.
Cuando aquella batalla estaba por estallar sus amigas estaban entusiasmadas de poder participar, mientras ella, como siempre, mostraba poco interés.
"Una nueva cosecha de hombres valientes, seleccionados cuidadosamente para servir a un propósito mayor." La idea no conseguía convencerla.
Era un día de tormenta, y numerosos relámpagos iluminaban el cielo justo cuando se encontraban recorriendo en círculos la zona de peor devastación. Cuánta pérdida, pensó. Sus pares Skögul ,  (Furia), Hlökk (estruendo) y Göll (grito de guerra) urgaban entre los resultados de la batalla en búsqueda de los mejores ejemplares para servir a Odín.
Un poderoso rayo cayó iluminando los cuerpos muertos o moribundos y rebotando su luz en las armaduras valkirias, se formó una auténtica aurora boreal por unos instantes. Fue en esos segundos en que ellos se encontraron con la mirada. Ella sobre su caballo aún y el arrodillado sobre su amigo tratando de salvarle la vida.
Solo en presencia de las luces del norte era posible verlas. Nadie dudaba de su existencia y se creía en ellas desde niños, pero nadie conocido las había visto, o sobrevivido para contarlo...
Al verla él no se sorprendió, simplemente la miró con ojos de madurez comprendiendo lo que significaba. Ella debía llevarlo con ella, aun tan solo por haberla visto.
Sin embargo no sería posible llevarse su alma si no perdía la vida en campo de batalla. Y el no estaba siquiera herido.
Se irguió en toda su estatura y ella descendió del corcel. El sentía su presencia y veía su contorno con claridad. Estaba a pocos centímetros cuando se animó a hablarle sin saber si ella podría siquiera comprender sus palabras.
"Debes llevarme". Fue como una afirmación.
"Debo hacerlo", contestó ella bajando el mentón, entendiendo la pregunta, sin dejar de mirarlo.
"He combatido tantas batallas, he perdido muchos amigos. Espero que hayan servido a un propósito mayor. ¿Tendré yo también esa suerte?".
Algo en él forzaba a la verdad y a la juticia. Ella se encontró frente a la mayor de sus disyuntivas, todas sus convicciones cayeron finalmente a sus pies y todas sus dudas se hicieron presentes. CONTINUARA